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Hay momentos en los que no sé cual es la diferencia entre vandalismo y tu sonrisa.

~Ella~

Llega a casa.
El sonido de las llaves entrechocando hacen que mi corazón de un vuelco impresionante. Casi se me sale del pecho al escuchar su "Ya estoy en casa".
Me levanto del sofá y salgo del salón hacia la entrada, donde aún está ella colocando el bolso y la chaqueta vaquera en el perchero que hay detrás de la puerta.
Con una sonrisa en los labios voy hacia ella.
Hoy está muy bonita.
Lleva esa blusa blanca que tanto me gusta, con los vaqueros que le hacen un culo de muerte y los tacones negros que me vuelven loco.
La abrazo y le aprieto como si hubiese estado años sin verla.
Y es que sí. Para mí han sido años las pocas horas que no he podido estar con ella.
No le dejo que se descalce ni que se haga el típico moño que suele llevar por casa.
No puedo hacerlo.
La despego de mi, pero ahora, le cojo por la cintura y acerco su cara a la mía.

-Estás guapísima, ¿sabes?- Le susurro poniendo mis labios a milímetros de los suyos.

La beso de la única manera que sé.
Cuando nos separamos veo su sonrisa en los ojos, y los dientes perfectos que se esconden tras sus labios.
Y me entran más ganas de besarle.
Y lo hago, por que no hay razón para no hacerlo.
Por que estoy vivo gracias a ella.
Por que ella me ha hecho sonreír de nuevo, y sentir, y amar.

~Odiosas mañanas~

Como odio las mañanas.
El sol se cree capaz de acabar con nuestro sueño y, cuando quiere y le viene bien, decide que la noche ha acabado.
Luego el frío de la madrugada nos despierta todos los sentidos bruscamente, sin ningún tipo de miramiento ni delicadeza.
Suena el odioso despertador, con su pitido incesante, destruyéndonos los tímpanos y despegando nuestros párpados de una forma desagradable y poco sutil.
O no, y resulta aún peor.
No suena y tu propio reloj biológico te despierta bruscamente. Ves la hora que se marca en tu mesita de noche y el corazón se acelera.
Te levantas, te vistes con lo primero que pillas, te peinas de cualquier manera y sales con el primer bocado del desayuno en la boca.
Y corres para que te de tiempo a empezar el día y no llegar tarde a tu cita con el mundo.
Luego, las ojeras, las legañas y los bostezos te siguen allá donde vayas durante las primeras horas que permaneces despierto.
Si has llorado el día anterior, los ojos se mantienen húmedos. Si has tenido una de esas horribles pesadillas, la angustia y el miedo te muerden el pecho. Si la prisa se adueña de ti, los movimientos nerviosos de tu cuerpo delatan tu impaciencia por el paso de las horas.
Y cuando termina, la mañana, la odiosa mañana, la tarde pasa para dejarle paso a la noche.
Y vuelta a empezar.

Cuerdas.


~Punto y final~

A medida que iba leyendo las páginas del libro sabía que pronto llegaría su final.
En el último tirón de la lectura, he llorado como jamás lo había hecho ante las letras de tinta negra.
Nunca me había sentido así.
En un ataque de furia que me dio al leer la última palabra, cerré el libro, me senté en la cama y lo tiré al colchón. Lo golpeé con todas mis fuerzas y grité.
Recogí las piernas y me abracé las rodillas.
Y grité más.
Escondí la cara entre los pliegues del pañuelo blanco que llevaba al cuello y lloré.
No sé por que lloraba, pero las lágrimas rodaban por mis mejillas, calientes, mojándome los ojos, los pómulos, la nariz y los labios.
Grité y lloré más.
Nunca había sentido nada igual leyendo. Nunca, jamás, en ninguna de las páginas de los libros que he leído antes he sufrido tanto por un personaje.
Nunca me había enamorado de un tío que solo existía en el papel, y tampoco lo creía posible.
Me levanté de la cama, y desolada, cogí las cosas para la ducha.
Tenía la vana esperanza de que el agua caliente me deshiciera del frío que se había hecho dueño de mi cuerpo y que el vapor consiguiese calmar las emociones que se arremolinaban en torno a mi corazón y me sacudían el pecho entre suspiro y suspiro.
Cerré los ojos mientras el agua me mojó el pelo y la espalda, y mientras la espuma del champú me acariciaba la piel.
Alomejor soy demasiado sensible para estas cosas, alomejor me dejo llevar demasiado por las sensaciones en el mundo de la literatura, ya que no puedo hacerlo en mi propia vida.
Sólo podía pensar en una cosa.
Ese punto y final que había acabado con la historia más bonita que había leído.

~Cuadro y amor~

No sabía como captar su esencia.
Era una mujer demasiado bella como para que alguien se dignase a mirarla, y yo, a pesar de ser un hombre humilde y de poco dinero, había podido acceder a ella a través de mi trabajo.

Mi abuelo, al igual que mi padre, yo, y probablemente mis hijos, hemos pertenecido a una familia de clase baja y humilde.Nuestra vida se ha basado en los pinceles.
Mi abuelo empezó haciendo pequeños retratos de sus hijos, y luego de personas que veía por la calle. Los fue acumulando en el desván de la que ahora es mi casa. Un día, una inspección de los caballeros de la corte descubrieron los retratos escondidos.
Pensaron que era un crimen.
Esposaron a mi abuelo y a toda mi familia. Los llevaron al castillo, delante del mismísimo rey y le presentaron el delito.
Mi abuelo estaba arrodillado en el suelo, a los pies del trono, con la cabeza gacha y las manos tras la espalda como si fuese un ladrón.
Notó una mano sobre su hombro.
Levantó la cabeza y vio el rostro del rey observándole con un brillo en la mirada.
Le pidió que le mostrase su casa, su desván y sus cuadros.
Mi abuelo, con una mezcla de miedo y vergüenza, fue destapando una a una las personas que se escondían en los pobres lienzos.
La mirada del rey se iluminaba con cada muestra, y su sonrisa aumentaba con cada cuadro que veía.
Lo cogió por el codo y le dijo:

-Este será nuestro pequeño secreto, ¿de acuerdo?- Le miró a los ojos y una profunda confianza se estableció entorno al corazón de mi abuelo. "Un halo de esperanza", decía- Dejaremos estos cuadros aquí. Enseñarás a tus hijos a pintar igual que tú, y tu familia se convertirá en los pintores de cámara reales. A cambio, te quedarás con la vida que tienes.

Mi abuelo tragó saliva e hinchó el pecho.

- ¿Mi vida?-balbuceó

-Exacto. Tu vida. No te mataremos a cambio de que nos retrates, no recibirás dinero por tus cuadros. Tan sólo una pequeña cantidad para poder alimentar a tus hijos. Una moneda de oro y cuatro de plata.

Mi abuelo nos lo había contado miles de veces a mí y a mis hermanos. Se convirtió en leyenda en la familia y desde entonces, la pintura es nuestra forma de ganarnos el pan.

Ahora, era yo el que llevaba los pinceles en mi casa. Me había casado con una mujer joven de buen ver que me había dado tres hijos preciosos. Sin embargo, no la amaba.

Desde el primer momento que me encargaron este retrato, supe que sería muy difícil.
Iba a pintar a  una de las hijas del rey. Por supuesto, ya no era el rey que había salvado a mi abuelo, si no su nieto. Sin embargo, el contrato seguía vigente y nuestro trabajo nos seguía dando lo acordado.
La hija pequeña del rey era una joven muchacha. Tenía la piel tostada, un bonito escote que lucía todos los días, acentuado con un apretado sostén que le hacía la cintura más perfecta que yo jamás había visto. Su sonrisa iluminaba cualquier sitio donde estuviese. Sus labios eran finos y delicados, de un bonito color rojo que hacía juego con sus pómulos, normalmente ruborizados.
Sus ojos eran muy expresivos, y podía verse la felicidad reflejada en el iris. Eran grandes, verdes y con unas largas pestañas que paraban los segundos de mi reloj.
Solía llevar vestidos blancos con los que mostraba la pureza de su inocencia y su juventud.
Al verla sentada en la silla acolchada de color burdeo, empezaron a temblar todos los dedos de mi mano. Noté la angustia subiendo por mi garganta, hasta acabar en mis mejillas en forma de rubor. La sonrisa se colgó en mi boca, y no se desvaneció hasta que salí de nuevo por la puerta.
Era una mujer preciosa.
Los días que hice su cuadro me resultaron sumamente cortos a pesar de intentar hacerlo lo más lento posible, dando pinceladas minúsculas para poder alargar más los segundos que mi vista podía posarse sobre su cuerpo.
Notaba el nudo de la boca del estómago ciñéndose más y más al ver que iba acabando mi cuadro.
Sabía que se me estaba acabando el tiempo.
Esa misma noche, me desperté. Me desvelé y salí de la cama con las piernas temblando. Mi mujer y mis hijos dormían tranquilamente. Pero a mí, la imagen de la joven princesa me nublaba la mente.
Encendí una vela y cogí uno de los lienzos que había en el baúl de mi abuelo.
Los pinceles y las pinturas que estaban en el armario de la derecha, pasaron a estar en la mesa central de mi estudio y el atril donde estaba el cuadro en blanco se convirtió en el centro de la habitación.
Cerré los ojos y vi a la princesa grabada en mis párpados.
Empecé a dibujar como si me fuese el alma en ello.
Los pinceles se movían con agilidad, las manchas de color pronto se convirtieron en las formas definidas de sus piernas bajo el vestido rosa claro y apareció su sonrisa en el medio del cuadro, siendo el punto del que salían todos mis sueños.
Acabé antes del amanecer y me sorprendí a mi mismo admirando la perfección de mi obra.
Sin embargo, no se acercaba a su belleza.
Al día siguiente terminé el retrato de la corte y volví a mi casa. Cuando mi mujer se acostó, subí al desván.
Destapé el cuadro de la princesa y lo admiré durante lo que fueron horas.
Me había enamorado de aquella mujer
Me había enamorado de un cuadro.

~Decisión~

Ya dije en un momento que los pájaros son los únicos seres vivos que alcanzan a rozar la libertad.
Sin embargo, la poca libertad que me ha sido otorgada está en mis manos, y soy la responsable de llevarla como mejor pueda.
Voy a intentar no brindarle a nadie más mi vida, dejando en sus manos, en sus labios o en su cuello la capacidad de decidir cómo voy a estar.
Puede que necesite ser más fría y dejar a un lado las confianzas. Dejar en el cajón de los recuerdos el cariño que pueda otorgarle a alguien que realmente se lo merezca.
No voy a negaros una vana conversación, pero
limitaré mis palabras por las posibles consecuencias que me traigan, y mantendré a raya mi imaginación, para evitar caer desde la cima sin el paracaídas puesto.
La libertad que aún tengo, la capacidad de decidir hacia donde van los latidos de mi corazón y la fuerza que puede transmitir mi mirada son cosas que aún me pertenecen.
No te la daré de buenas a primeras.

~La literatura no ha muerto~

Eran dos chicos.
Ambos jóvenes, de unos diecinueve años.
Se paseaban por el mercadillo como si ese fuese precisamente el sitio al que pertenecían, como si los libros que había colocado en las mesas fuesen las historias que buscaban.
Me sorprendieron.
Me sorprendió el moreno. Un chico alto con una camiseta roja y unos vaqueros oscuros, que se paseaba por las mesas fijándose en los títulos de los lomos de los libros, con la cabeza agachada y la mente despierta, buscando algo que llamase su atención.
También me gustó el rubio. De unos diecinueve años, llevaba ya unas horas paseando entre las cajas. Tenía una camiseta blanca, el pelo despeinado y una barba descuidada que le daban un aspecto realmente atractivo.
Siempre me han gustado los hombres así. No sé como lo hacen, pero consiguen atraer miradas incluso con lo primero que se pongan.
No hablo del físico, si no de esa extraña capa de aire que les rodea, que les hace ser diferentes a los demás.
Me entusiasmó la idea de que los libros que tuviesen bajo el brazo fueran novelas y antologías poéticas. Me gustó más que paseasen su vista por los títulos en la sección de los clásicos y que buscasen en las cajas de 50 céntimos con una delicadeza innata en sus dedos.
Me gustó saber que aún quedan chicos como esos.
Me gustó notar la pasión por la literatura que manaban de sus labios, y las sonrisas que se formaban en sus rostros con cada nuevo descubrimiento literario.

~Se acabó eso de llorar en cada esquina ~

Ya cerré las puertas de mi corazón de forma provisional.
Es suficiente, ¿No?
Ya acabó ese periodo en el que deseaba quedarme en la cama y morir, llorar, gritar por dentro, sufrir y acabar con mi vida.
Soy lo suficientemente fuerte como para superar las cosas que me afectan. No tengo el billete que se necesita para regresar al pasado, ni el pergamino en el que está escrito el futuro, y no me voy a arriesgar a buscarlos.
Las heridas cicatrizan, las tiritas que he colocado ya se han caído. El corazón ha dejado de sangrar. Ahora está en periodo de recuperación.
Por lo menos, sé que sigue de una pieza. Bueno... más o menos...

~ ¿Podríamos..?~

Me gustaría retroceder en el tiempo, ¿Sabes?
Todos queremos hacerlo en algún punto de nuestra vida, y este es mi momento.
Quiero volver al momento en el que te conocía. Ni éramos amigos, ni conocidos. Apenas manteníamos conversaciones de unos cinco minutos. Pero me gustabas.
Quisiera volver al momento en el que ambos teníamos el titulo de "mejor amigo" y ese cariño era recíproco. No sentía nostalgia, ni pena, ni tristeza al verte de lejos y no poder ir a abrazarte por que si, por que me apetezca.
Era bonito, ¿sabes?
Fuiste el primer chico del que me enamoré. Fuiste el primer chico que despertó en mi el jodido amor, el que luego se convirtió en una desilusión muy grande y pasó a ser añoranza.
Fuiste el primer chico en el que confié, al que le contaba todo, con el que deseaba estar cada puto segundo de mi vida.
Una pena que nos separásemos. Lo nuestro no hubiese llegado muy lejos, es cierto. Éramos demasiado pequeños como para empezar algo y disfrutarlo. Pero por lo menos no tendría esa espinita clavada en el lado izquierdo del corazón.
¿Podríamos repetirlo? ¿Podríamos volver a hablar como antes y a tener esa conexión especial?
¿Me concederías el honor de volver a ser tu amiga?
 No sé si notaste lo que encerraba mi abrazo, pero desde luego, eran los sentimientos que más he intentado guardar durante todo estos meses.

~ Que bonita la chica~

Que bonita la chica, ¿No?
Esa que va por el pasillo con los leggins pegados y moviendo el culo de manera exagerada. La que luce un escote creado con push-up y moldes de silicona. Lleva camisetas apretadas y muestra su vientre plano, y de vez en cuando, un línea de piel clara que asoma por la cadera.
La que tiene los brazos definidos, sin grasa que tiembla con el traqueteo del coche, y unos muslos perfectamente firmes, sin celulitis, ni piel de naranja, ni el asomo del movimiento del músculo deforme.
La que no tiene vergüenza de correr en gimnasia, ni a saltar o levantarse en el patio del instituto por miedo a que se le vea el principio de la ropa interior, ni a comer por que la aguja de la báscula suba demasiado.
No tiene miedo a tomarse el bocadillo, un caramelo o una galleta, por si luego le pasa factura.
No le importa saltarse las horas de gimnasio, el número de repeticiones o los minutos de la cinta.
No le avergüenza llevar pantalones cortos, ni le da miedo cruzar las piernas. No se le ven estrías, ni manchas en la piel ni grasa en sus piernas.
No le da vergüenza salir con alguien, con sus amigas o su novio, por que sabe que las miradas que le dirigirán serán tan solo para ver su culo moverse, y no para fijarse en las demás que están con ellas y decir "¿Has visto esa, que fea?"
No le importa ir de compras, por que siempre encontrará ropa que le guste y le quede bien.
No le aterrorizará el espejo, ni la báscula, ni el verano, la playa o el bikini.
No le da miedo verse desnuda delante del espejo por que no siente asco, ni repulsión, ni ganas de coger un cuchillo y cortar todas las partes de su cuerpo que sobran.
Que bonita la chica.

~Un ramito de violetas~

Era una mujer de pelo castaño claro. Normalmente lo lucía en una pequeña coleta que colocaba detrás de la nuca e inclinaba hacia la derecha, haciendo que su media melena cayese por su hombro.
Tenía unos ojos de marrones, muy claros, que a la luz del sol se volvían dorados. Su nariz era pequeña y coqueta y sus labios finos y tersos.
Las formas angulosas de su rostro creaban sombras en sus pómulos, y sus ojos lucían unas ojeras oscuras que se hundían en su piel tostada.
Su figura era delgada y bien definida. Tenía unos pechos pequeños y unos muslos tersos, que a pesar de la edad, se negaban a convertirse en piel caída.
Su sonrisa era triste, y su mirada se veía muchas veces apagada.
Eran pocos los días en los que se sentía bien consigo misma. Entonces entonaba canciones con un silbido alegre y suelto.

Se había casado joven y enamorada, aunque el tiempo pasó y los sentimientos se volvieron menos intensos. Los besos ya no sabían igual, las caricias no eran lo que eran, y hacer el amor se había convertido en algo monótono, no en un acto de rebeldía y pasión.

Los días eran tristes para ella. Se sentía sola. El hombre con el que vivía apenas la miraba. No había conversaciones, ni besos, ni saludos ni despedidas. Las miradas y las sonrisas cómplices del matrimonio habían desaparecido. Seguían juntos por comodidad. No se molestaban el uno al otro y para sus hijos, un divorcio a esas alturas, hubiese sido una catástrofe que habría desestabilizado la familia, o al menos, lo que quedaba de ella.

Un día encontró un sobre de color café en el buzón con su nombre.
Subió a casa y se sentó en el sofá de tapizado verde mirando el revés de la carta. No tenía remitente ni dirección.
Lo abrió curiosa y sacó un par de papeles que habían sido doblados.
Garabateados, lucían cinco párrafos de una poesía.
La mujer empezó a leerla.
El rostro se le enrojeció, el corazón empezó a latirle fuerte y las manos, a temblarle. Las piernas se movían incontroladamente y sus emociones se movían en su corazón junto un torbellino de preguntas.
La segunda hoja presentaba una carta.

Querida mía:
Hace años que sigo tus pasos. Veo como sales de tu casa y vas a comprar. Sigo tu figura por las calles de la ciudad hasta el mercado y observo con detenimiento como ocultas tras una falsa sonrisa las penas de tu vida. He visto como hablas con las vecinas y como salían de tus labios carcajadas que endulzaban mi día, como, sin tu saberlo, alegrabas mi vida con el movimiento de tus caderas en verano, mientras contoneabas al aire esa falda tan bonita que te compraste el año pasado.
He visto como escogías la fruta y la verdura, como discutías con la panadera sobre el sabor dulzón de los mantecados de esas navidades, como has recogido a tus hijos y como, cariñosamente, les has abrazado como la buena madre que eres.
Te llevo observando tres años de mi vida, los cuales, han sido la base de mi existencia y el porqué de mi felicidad.
No he podido respirar cuando he visto cómo te quedabas mirando al cielo en el parque las tardes de primavera, o cuando tus manos pequeñas y finas recorrían tu rostro en un intento desesperado de deshacerte de tu tristeza.
Me hubiese encantado ir y abrazarte, besarte y hacerte la mujer más feliz del mundo.
Sin embargo sé que tienes una familia y que sin ti, se rompe.
Sé que no puedo secuestrarte y hacerte mía, por que las consecuencias que eso llevaría serían fatales tanto para tu matrimonio, como para la vida de tus hijos.
Y créeme si te digo que el primero que se arrepiente de no poder hacerlo soy yo, este loco enamorado que sólo se atreve a hablarte escondido detrás de una mala caligrafía y unas pésimas estrofas.
Me encantaría que al menos sonrieses con esta carta que he escrito precipitadamente. Ni siquiera voy a pararme a buscar los errores gramáticos o sintácticos por que es justo lo que estoy sintiendo en este momento y lo que llevo años escondiendo tras una piel que ya no es mía, si no tuya.

Te quiero una vida, y la cuarta parte de otra.
Que tengas un maravilloso día. Espero que igual de bonito que tu mirada cuando te sientes con las fuerzas para cantar.


Se quedó con la mirada fija en la última palabra de la carta.
No lo entendía.
¿Quién era aquel hombre? ¿Tal vez un joven desesperado? ¿Un amante ciego? ¿Un hombre de pelo cano y sonrisa fría? ¿Tal vez un extranjero de ojos azules, o un neoyorquino de piel morena?
Metió las hojas en el sobre y lo guardó al fondo de la cajonera, escondido entre los pañuelos de invierno.

Los días siguieron pasando. No le dijo nada su marido, y este no sospechó nada.
La mujer le dedicaba una mirada rápida todas las mañanas al buzón del portal esperando otra carta. Sin embargo los meses pasaron y acabó olvidándose de ese pequeño episodio de su vida.
El nueve de noviembre recibió a primera hora de la mañana un gran ramo de violetas. Una etiqueta colgaba de ellas sin nombre ni apellidos, tan solo un "Feliz cumpleaños"
Nadie sabía de donde habían salido y quien era el que las enviaba.
Una mañana de mayo, volvieron las cartas, pero esta vez la mujer las contestó. Pidió explicaciones, porqués y razones con las que intentaba descubrir quien se encontraba tras la preciosa caligrafía.
Los años pasaron.
La mujer se carteaba con su  desconocido amante casi semanalmente, y el día de sus cumpleaños recibía un ramo de violetas frescas.
Su marido no preguntaba.
Tan solo disfrutaba de las melodías que formaban los silbidos de su esposa las mañanas de domingo y sonreía al encontrar las cartas mal escondidas de su esposa.
Él también escondía en el primer cajón de su despacho la pluma y los sobres color café con los que había hecho de su esposa una mujer un poco más feliz, en un intento desesperado de seguir mostrando cuanto amaba cada segundo que pasaba con ella.

~El poder de tu música~

Le arrancaste a las cuerdas notas de melancolía que me llevaron hasta los mismos campos de la parte interior de Málaga.
Cerré los ojos, y por un momento me sentí bajo la sombra de un olivo. Vi el cielo azul manchado con pinceladas de un blanco desgastado, la hierba amarillenta y seca que lucía alta y se movía con los pequeños golpes de brisa que nos regalaba el viento de pleno junio.
Me vi a mi misma con un campo de trigo enfrente, con los guijarros a los lados y el sonido de los pájaros como fondo.
Pude aspirar el aire del campo andaluz, sentir los rayos de sol que jugaban con mis pies descalzos y conseguí acariciar los pequeños brotes de verde que crecían bajo la sombra del árbol, a salvo del calor del precipitado verano.
Oí las notas de tu guitarra justo a mi lado y entonces, giré la cabeza para verte sentado con las piernas cruzadas, con tus cuerdas entre los dedos y tus labios fruncidos mientras dabas música a la amenaza de mi sueño.
No pude dejar de observarte.
Tu imagen me asombraba.
Los matices de tu pelo cano, tu piel morena y tostada por el sol que yo misma había heredado, tus labios fruncidos que llamaban a las puertas de la concentración, los dedos de tus manos que se movían ágilmente buscando las notas exactas de la composición más hermosa que había escuchado.
Sonreí ante tu imagen bajo el olivo, ante tu figura recortada en el cielo azul, ante tí enfrente de mi tocando la sinfonía del alba.
No pude evitar quererte.
Abrí entonces los ojos y te vi con la misma expresión en el rostro, pero esta vez sentado en el sofá azul y con las paredes blancas como fondo.
Seguías tocando con la agilidad de un experto artista y tu mirada seguía fija en los acordes de la guitarra. Tus labios, que se parecían tanto a los míos, aún estaban fruncidos y las notas seguían llevándome a las mismas extensiones de Málaga, donde tú y yo, nos perdíamos entre los matorrales mediterráneos y el olor de los olivos.
Que poderosa tu música, ¿no?


~De trenes a autobuses~

Su figura recorría los adoquines de la calle con paso inseguro. La suela de los botines chocaba con la acera y creaba un rítmico vaivén de notas que desaparecían mientras ella avanzaba.
Salía de la estación de tren, del andén bajo tierra, del reloj grande que lucía unas agujas negras y en el que el segundero se movía sin las típicas paradas tras cada segundo, de las paredes estrechas con azulejos amarillos y rojos y del techo bajo y gris, para dirigirse a la de autobuses: una explanada de calzada enmarcada con columnas de ladrillos rojos que hacían las veces de andenes, con un recinto cerrado y alargado en el que una pantalla negra con pequeñas luces de led marcaba los destinos y las horas de salida y en el que un par de puestos vendían baratos libros y revistas.
Unos cuantos metros de paseo le condujeron a la entrada, y más tarde, a las taquillas donde compró un billete.
Cogió el trozo de papel que le tendió la mujer desde detrás del cristal y se detuvo en un pequeño puesto.
Austen, Neruda, Dumas y Machado lucían las portadas de sus ejemplares bajo los focos de luz tenue de la estación.
La pantalla indicaba el número del andén en el que debía esperar hasta la llegada del autobús.
Salió del recinto cerrado y con paso ligero se dirigió al 39.
El frío de la mañana rasgaba sus pómulos y una brisa tranquila desordenaba su desarraigado flequillo.
Hacía apenas unas horas que el sol había salido y el día aún conservaba el frío y la humedad de la madrugada.
Sus manos se frotaban buscando el calor de la piel, mientras ella esperaba sentada en un banco de metal.
La voz de una mujer por megafonía sonaba una y otra vez de una forma mecánica y continua, alertando de las inminentes salidas y llegadas.
La chica sentada en el banco abrió el libro que tenía entre las manos y se sumergió en una lectura ligera.
Unos minutos después, cansada del frío que helaba sus rostro y sus manos se levantó, y apoyándose en la columna de ladrillo rojo, se entregó al sol de la mañana. Empezó a recobrar la temperatura y poco después, llegó el autobús.
Se sentó en la cuarta fila, en el asiento de la ventana. A su lado colocó el bolso y sobre sus piernas, dejó el libro.
Observó la costa tras la ventana mientras el autobús seguía su rítmico traqueteo. El mar tranquilo movía sus olas y estas, acariciaban la arena de la orilla mordiendo las rocas del paseo. El cielo lindaba con la vasta extensión azul en una línea que enlazaba agua y aire.
Pronto, empezaron a aparecer pequeñas casitas blancas adornadas con trazos de verde que se resguardaban tras los muros de color blanco.
Reapareció la playa y con ella, un mar en el que un carguero navegaba lentamente mientras las olas lamían su proa.
Siguió corriendo la costa, al ritmo del trayecto. Un embarcadero con veleros blancos arrancaron destellos al sol e hicieron de los ojos de la chica dos pequeñas pinceladas marrones.
Sucedieron la colinas rocosas, los riscos de piedra, el camino de grava y luego, un pequeño pueblo que despertaba con el suceso de las horas y la subida del sol.
La imagen de la costa bordeando las casas y el mar comiéndose la playa, siendo el espejo del cielo y el reflejo del sol, transmitieron a la joven un sentimiento de nostalgia y añoranza.
Las casas y los edificios se imponían en la calle. En los bajos destacaban los cafés, restaurantes y pizzerias. El bus atravesó la zona turística hasta llegar a una urbanización residencial con grandes caserones de altos árboles.
Los edificios dejaron que apareciese de nuevo el mar y la tierra fina y sucia que se separaba del agua por las rocas de la costa. El viento la levantaba en una fina capa que jugaba a crear remolinos y olas en el aire.
La chica se humedeció los labios y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.
Cerró los ojos y dejó que las sombras jugasen con sus párpados mientras se sumía en un corto sueño con el rumor de la radio como banda sonora.
Despertó con el traqueteo del autobús, justo antes de llegar a su destino.
En el instante anterior a su bajada, su mirada se cruzó con la de un chico de ojos azules que se sentaba dos filas detrás de ella.
Los ojos color cielo encerraban un mundo que ella descifró en tan sólo una sonrisa.

~ ¿Qué?~

En una caja de cartón estropeado se acumulaban miles de libros a 50 céntimos. Ojeé los primeros. Un tomo finito y delicado que escogí al azar rezaba "El planeta de los simios".  Su portada, de un azul brillante con acabados en plata y vetas en gris, se escondía tras otro cuaderno de su misma colección.
Curiosa, abrí y empecé a pasar las primeras páginas.
Soy de esas personas que si no han leido nada del autor que tienen entre las manos, abren por una página cualquiera del libro y leen una línea que escogen al azar.
El baile de hojas acabó cuando mi mirada se tropezó con un papel escondido entre las páginas.
Volví a abrir el libro, buscando el trozo de folio garabateado, con la curiosidad al borde de los ojos y la impaciencia en la punta de los dedos.
Mis manos lo encontraron rápidamente haciendo pasar las páginas hasta dar con lo que resultó ser una carta.
Presa de la incertidumbre, cogí el papel y cerré el libro. Lo dejé en mis rodillas mientras desdoblaba la carta.
Una caligrafía cursada y suelta definía un texto ordenado. El papel viejo, manchado y amarillento describía párrafos perfectamente centrados, que respetaban los márgenes del folio y que se dibujaban con la tinta de un boli azul cualquiera, puede que incluso de una pluma.
Empecé a leer. Las palabras rodaban atropeyadamene por mi vista mientras mi cerebro intentaba traducir el argumento de aquel pequeño hallazgo. Las sílabas francesas se resistían a mi bajo nivel del idioma, y me di por vencida al ver que me sería imposible entenderla.
Cuidadosamente, volví a meter la carta entre las hojas del libro, y a dejarlo tal y como estaba. Me levanté y fui a otra caja buscando más historias con las que saciar mi sed.
Al poco tiempo, vi un hombre agacharse en la misma caja que yo, cojer el mismo libro, encontrar la misma carta y sonreir al empezar a leerla.
Lo compró y llevándolo bajo el brazo, desapareció al final de la calle.

Me quedé sin saber qué decía la carta, que secreto guardaban las palabras allí escritas, de que podría tratar la historia que encerraba entre sus dobleces. Me quedé con la curiosidad en el borde de los labios, a punto de precipitarse en un corto y bajo ¿Qué?.

~Sonrisas que murieron en el silencio~

La sala estaba vacía. El telón se cerraba a mis espaldas separando mi mundo del infinito.
En la primera fila, el único expectador que miraba la obra, fijaba su vista en mi figura, que amenazada por la luz que rasgaba el aire, se encogía de miedo y respeto ante el silencio del público inexistente.
El foco me cegaba.
Clavaba su luz en mi rostro, su mirada penetrante en mis ojos y su fria caricia en las heridas de mi piel.
La luz había creado una barrera entre mi persona y las paredes de la sala.
Mi nombre, pronunicado por unos labios que no fueron los mios, resquebrajó el silencio.
Contesté con el tono nervioso en la voz, el estrés en la palabra y la espera de una crítica en el aire.
- Estas muy guapa- dijo.
La sonrisa como respuesta ocultó un tímido gracias, que acompañado de una triste mirada y un vuelco de corazón, se perdió en la envoltura de la oscuridad, rasgada con el sonido de mi propia voz.

~La diferencia de una coma, un espacio y una tilde. ~

Perdóname.


Perdón, amé.

~ Lo siento~

No pienso desistir.
Sé que una vez más me he equivocado,
sé que de nuevo he hecho lo que no debía.
He dicho lo que no debía decir,
he pensado lo que no debía pensar,
he hecho lo que no debía hacer.

Y lo siento.
Perdóname.

No pensaba que las frases llegasen a tus oídos,
ni que las lágrimas apareciesen en tu rostro,
y ante mi, dibujadas con un tono de llanto.

No creía que pondría en peligro nuestra amistad,
ni mi vida,
por que cielo,
formas ya parte de mí,
y que murieses tú significaba mi muerte por adelantado.

No pensaba quedarme en los brazos del orgullo.
No iba a dejar que ese hombre me cogiese de la mano y me frenase,
que me impidiese decir lo que tenía que decir,
o que encogiese mi estómago en el momento menos propicio.
No podía permitir que me frenase, y que hiciese de mi la persona más débil.
Por que no.
Por que yo no valgo nada
al lado de lo que somos tú y yo.

Somos diferentes, sí.
Tú dices que ya no somos ese precioso título que yo defendía con uñas y dientes,
que lo que somos es tan solo una sombra de lo que fuimos.

Puede que sí, y que esto,
la distancia,
nos haya llevado más lejos de lo que pensábamos,
o que nos haya vuelto más débiles,
más idiotas,
más sin sentido.

Pero no permitiré perderte
por que tanto tú como yo
sabemos que no voy a dejarte en la estacada,
por un beso sin sentido,
por una situación errónea,
por un paso que debió quedar en el olvido.

~ Motivos de risas~

Fueron días muy duros.
La tensión se notaba en el aire, igual que las ganas, los nervios, la excitación y la opresión del pecho que nos embargaba a todos.
Los preparativos eran muy precipitados.
Los decorados totalmente caseros, se desenvolvían en el escenario tan solo resguardados por una caja de cartón, y se defendían con un papel blanco rasgado con algunos trazos de colores.
Las cosas pesaban. Los libros, las sillas, la cama hinchable e incluso los globos. Éstos últimos se quedaban en los dedos hasta que su peso era excesivo y nos veíamos obligados a soltarlos en un ataque de baile, al compás de un golpe de música.
La música. Dios mio. Las entradas no cuadraban , el guión se tenía que ceñir a las notas que resonaban en la sala, debía estar lo suficientemente alta como para poder bailar y luego, lo suficientemente baja como para que los diálogos se escuchasen por encima de los cuchicheos del público.
Aparte, estaba el vestuario.
Las camisas que volaron, los pantalones negros, las faldas con vuelo, las manoletinas que hacían daño en los bordes de los pies, los lazos, las pulseras, los pequeños detalles del maquillaje, la sombra, los labios color carmín, la purpurina que volaba sobre nuestros cuerpos, el talco para engañar al tiempo, los peinados simples, llenos de horquillas y rizos.
Y la suma de todo eso, que daba como resultado las risas del público, el abrir y cerrar del telón, el humo de sabor caramelo, los aplausos, los silbidos, las carcajadas espontáneas que surgían entre todas las personas que nos veían desde las butacas.
Y nosotros encima del escenario, estando en el punto de mira de todas las personas, siendo el centro de atención de las miradas y el motivo de las sonrisas.
Nosotros, que tanto luchamos por sacar la obra a flote, los que pusimos hasta el alma en las palabras, los que intentamos expresar lo que el guión exigía.
Nosotros, que pusimos la mano en el fuego, que estuvimos al borde de la locura, que nos sentimos con el agua al cuello...
Nosotros, que al fin y al cabo, hicimos una respresentación estelar.

#Poesía 8.

No sé si eran las sonrisas que regalaba al mundo,
o la forma que tenía de comer fresas.
En aquel acto, los labios se le manchaban de un carmín natural,
y parecían la golosina más dulce del mundo.
Puede que fuese la forma que tenía de coquetear con el té,
mirándolo fijamente formar fuegos artificiales
mientras esperaba que el tiempo enfriara la taza caliente.

Me enamoraba la manera con la que jugaba con las burbujas del champán,
la forma apasionada con la que cantaba las estrofas de alguna canción,
el gusto por los detalles,
los suspiros que lanzaba al aire,
y que yo, como enamorado inocente,
cazaba al vuelo convirtiéndolos en mi oxígeno.

Alomejor era el retintín de su risa,
el eco de su voz,
el sonido que dejaban sus pasos en mi mente,
o la imagen de sus dedos recorriendo el teclado.

Podría haber sido su mirada fija
o el sabor amargo de sus lágrimas.
Estaba preciosa incluso cuando lloraba,
cuando sonreía ni la mejor cámara habría podido captar su belleza.

Puede que fuesen sus estornudos,
los miles de lunares de su espalda
que formaban la osa mayor,
y la menor,
el cinturón de Orión,
o la constelación de Casiopea.
Unías sus lunares y podrías tener el mismo infinito dibujado en las costuras de su piel.

También eran sus ojos expresivos de color azul.
Me hacían pensar en el sol,
en el cielo,
en el límite del horizonte,
en el gran océano,
y hacían de mí el hombre más débil del mundo,
al saber,
que todo aquellos se encerraba en tan solo una mirada.

Me gustaba su forma de andar y de gesticular,
la manera que tenía de acompañar los fonemas de su boca
con las sonrisas que adornaban sus palabras,
o cómo acariciaba el aire con los dedos.

Me encantaba como se concentraba
rizando su pelo con el dedo,
y mirando fijamente el problema que tenía delante.

Mi vida se habría resuelto con un beso suyo.

También amaba sus cicatrices,
y sus moratones,
y sus costras,
Su pelo en los días de viento,
las heridas de sus labios,
el pañuelo que se le caía del bolsillo,
y la nariz enrojecida por un resfriado pasajero.

Pero sobre todo me gustaba ella.
Sólo le amaba a ella.

~Duele demasiado, y durante demasiado tiempo~

Como duele amar, ¿verdad?

El amor viene, llega. Te saca preciosa sonrisas, carcajadas que endulzan el aire, miradas fugaces que duran segundos. Luego vienen los besos que te dejan un buen sabor de boca, las caricias en la espalda, los mordiscos de los labios, las conversaciones que transforman los lunes en sábados, y la madrugada en medianoche.
Se convierte en un echar de menos continuo, en sufrir cada día por que los minutos no pasan lo suficientemente rápido, correr para alcanzar a verle durante unas efímeras horas en las que se basa la relación.
Llegar a la cima con un beso suyo.
En ese momento, tu paraíso se encuentra entre sus brazos, el placer escondido en el reverso de sus labios, los "te quiero" en la punta de la lengua. Nada se compara con su sabor. Nada puede llegar al escalón en el que tú lo posicionas. Es el amor de tu vida, es con quien compartiría lo que te queda de existencia.
Se ha convertido en tu mundo, por lo que respiras, por lo que te levantas día a día, por lo que lloras de felicidad, por lo que sonríes, gritas, gimes, saltas y corres. Por lo que esperas que las horas sucedan con rapidez. Es él por lo que estás respirando.

Pero se te acaba la bomba de oxígeno. El almacén de las sonrisas queda vacío, las carcajadas ya no suenan. Los "te quiero" los encarcelas, las horas se atrancan, al igual que los gemidos, las palabras y las frases que tenías guardadas para él y de un día para otro, mueren en la garganta, justo antes del nudo que se te crea al recordarle. Todo se queda al borde de los labios.
Las ideas se desvanecen, te falta el aire. El cielo ya no es lo bastante azul, ni los campos lo suficientemente grandes, ni verdes, ni bonitos. Los días son demasiado largos, las noches se convierten en confesiones con la almohada en las cuales sólo hablan las lágrimas.
Todo se torna oscuro y sin vida, todo acaba, todo te hace llorar, incluso el mínimo atisbo de sentimiento.
Todo lo comparado con él queda desechado.
Se rompe el mundo, se resquebraja, se deshace, se cae.
Todo termina y te das cuenta de lo corto que fue el tiempo que estuviste con él comparado con la vida que esperabas, y lo que darías por repetir cada segundo de nuevo.

Y luego, cuando pasas la vida como si nunca hubieses nacido, te das cuenta que sigues enamorada de él.
Que las lágrimas siguen amenazando con caer, que te aterra la idea de que otra esté tocando el paraíso del que tu eras dueña entre sus brazos.
De repente te da por mirar su perfil, sus fotos, por pensar en él, por imaginar como hubiesen sido las cosas si no hubieses reaccionado de esa manera, si hubieses luchado por lo que querías.
¿Que hubiese pasado al arriesgar? ¿Y si hubieses apostado al todo o nada? ¿Que habría pasado si sacases las uñas, los dientes y todas tus armas por lo que amas?


~El otro lado~

Vestía con vaqueros rotos que se ceñian a sus piernas, adivinando en ellos una bonita figura.
Las camisetas negras componían todos su arsenal y mostraban unos pechos grandes y voluminosos que recibían más miradas que sus propios ojos.
Su cuello se definía de una manera hermosa. Un collar negro se le adhería a la piel de la misma manera que las pulseras de colores que adornaba sus muñecas.
Las uñas siempre pintadas de negro, los labios con un leve brillo transparente,  los ojos grandes y marrones con rímel, y de vez en cuando, con una sombra oscura.
El pelo rizado siempre suelto, rebelde y libre.
Igual que ella.
Pasaba del mundo. Ya tenía uno propio.
Se colocaba al final de la clase con los auriculares puestos, sujetando un bolígrafo azul y con una libreta gruesa y negra entre sus brazos.
Todos los profesores habían perdido la esperanza con ella.
Si alguno le decía algo ella estaría haciendo la clase imposible hasta que tocase el timbre. Entonces, con una sonrisa preciosa y desafiante a la vez, saldría de la clase con la mochila al hombro.
Vivía en su propio mundo.
No dejaba que nadie entrase, ni que su voz saliese de sus labios sin el precedente de una mirada.
Las palabras que no pronunciaban sus cuerdas vocales, las descargaba con los puños.
De ahí venían las costras de sus nudillos, las herdias abiertas, los roces de los dedos, y a veces, los rasguños que arañaban su tez.
No daba explicaciones. Nadie mencionaba su nombre ni le dirigían miradas expectantes.
El asco no se dibujaba en sus rostros. Tan sólo la indiferencia.

Me encantaría ser ella. Ese lado malvado y negro me atrae irremediablemente, pero mi lado responsable lucha día a día contra esa chica. Por ahora, va ganando todas las batallas.

~Quiero...~

Tengo miedo a la desilusión, a que esperen mucho de mí y de los resultados que obtenga en la vida, inevitablemente, sean menos de los esperados.
Tengo miedo a defraudar a los que me rodean, a dar menos de mis expectativas, a que lo que vean sea una desilusión, un fraude, una mentira.
Me ponen en un escalón demasiado alto, al que ni siquiera llego a rozar.
Quiero superarme. No digo llegar a la perfección, pero si sobrepasar los límites, vencer lo que tengo impuesto por mí misma.
Tengo ganas de gritar, de expulsar todo el odio y la impotencia.
Quiero acabar con el cuerpo que veo en el espejo. Acabar con la puta grasa que se queda en las piernas.
Quisiera no sentir hambre, ni ansiedad, ni impotencia.
No quiero verme en el espejo y asquearme de mí misma, de mi piel, de mis deformes muslos o de las rodillas que ni siquiera se definen.
Quisiera desahogarme, parar, estar como hace unos meses.
Mi vida de antes.
Me gustaba mi cuerpo, mi persona. No era ni arisca ni antipática, no recelaba de los que me rodean ni lloraba cada vez que la tristeza me desbordaba. No estaba seis de cada siete días de mal humor y las sonrisas salían con fluidez. No gritaba, ni pegaba, ni se me aceleraba el corazón, ni se me acumulaba la sangre en los puños, ni las lágrimas bajo los párpados.
No me sentía perdida.
Me gustaba mi rutina.
Me gustaba mi vida.

~Diálogos~

Hablaba. Soltaba palabras incongruentes por sus labios. Gesticulaba rasgando el aire. Pausaba su discurso volvía a empezar.
Vomitaba construcciones gramaticales, dominaba su vocabulario con el látigo en la mano y entonces, respiraba para tomar impulso y empezar de nuevo.
Pero cesó.
Me miró, y todas las palabras se las llevó el viento.
Solo quedábamos él, su mirada desgarrada y yo, entre toda aquella masa a la que llamaban mundo.

~Momentos a cámara lenta.~


Captó con la cámara el primer rayo de sol del día, con sus silueta recortándose delante de él.
colocó el ojo en la mira y observó su cuerpo desnudo dibujado bajo las sábanas.
Su respiración era lenta y tranquila. Realentizaba todo lo que había alrededor.
El primer rayo de sol recortó su delicada figura y yo, entonces morí.

~Feliz cumpelaños~

Era un bonito día. Uno de los primeros de la temprana primavera que anunciaba un verano próximo. Los árboles seguían pelados de hojas, y la brisa seguía siendo fría a pesar del sol que lucía en el cielo.
Estaba sentada en un banco de la plaza leyendo y oyendo de fondo el chocar de las ruedas de los skates contra el suelo. De vez en cuando alzaba la cabeza y veía los intentos fallidos de los patinadores.
Pasé una hora allí cuando de repente, en una de mis intromisiones al mundo que me rodeaba, giré la cabeza hacia el paso de peatones que había a uno de los lados.
No sé que sentí primero, ni qué fue lo que asocié a mi situación.
Mis amigas cruzaban la calle armadas con globos amarillos, una caja envuelta y una tarta en forma de corazón, cantando a pleno pulmón un feliz cumpleaños algo desentonado.
Las piernas empezaron a temblarme. El famoso nudo de estómago me cortó la respiración y mi sonrisa apareció mostrando el desconcierto que sentía. Me tapé la cara con las manos y musité un "no puede ser" continuo.
Una de ellas se abalanzó hacia mi y me abrazó. Me levante y oí las notas que me cantaban a capela.
Era increíble.
Se suponía que sólo iban a venir dos de ellas, a pasar la tarde, hacernos alguna que otra foto y volvernos a casa como si nada.
Pero estaban las seis chicas que habían iluminado la vida.
No podía dejar de sonreír.
Intentaron encender la vela de la tarta, aunque el viento hizo que fracasaran todos y cada uno de los intentos.
Cambiaron de actividad y me tendieron la caja que una de ellas tenía entre las manos. Me obligaron a sentarme y abrirla, mientras una grababa y otra le robaba fotos al momento.
Empecé, con las piernas temblando bajo el peso de la caja y los dedos nerviosos, a quitar la tapa con cuidado.
Me emocioné cuando vi lo que guardaban esas paredes de cartón.
Cientos de papeles de revistas, varios paquetes envueltos en papel de regalo, algunas cartas, un par de zapatillas y unas flores blancas de papel.
No sabía por donde empezar.
Las cartas me arrancaron sonrisas como viles ladronas.
Las zapatillas, los pequeños pinceles, el pintalabios y la camiseta me hicieron tener ganas de que pasase el tiempo sólo para poder estrenarlos.
El libro despertó mi curiosidad.
Pero ellas... Ellas me hicieron la chica más feliz del mundo.

Gritamos como locas, reímos, cantaron por la calle, comimos la tarta, hicimos fotos y vídeos y más fotos y más vídeos, y las amé.

Me di cuenta de lo que tenía delante de mí
de lo que significaban en mi vida,
de lo triste que hubiese sido mi cumpleaños sin ellas,
de lo que necesitaba una tarde como esa
y sobre todo, de lo mucho que las hubiese echado de menos si no formasen parte de mi vida.

~Entre la realidad y la fantasía~

Era por la mañana.
Ella seguía en el instituto, una de las últimas horas del día.
Deseaba que el día acabase, que llegase la tarde y disfrutar de la libertad de la tarde de un viernes.
Colocó la mochila encima de la mesa y se fue a ver a una amiga que hablaba unas mesas más alante con algunos amigos.
Cuando volvió se encontró un pingüino de papel encima del pupitre.
- ¿Te importa que te regale un pingüino por tu cumpleaños?
Ella sonrió y cogió el papel doblado. Luego miró al chico.
-¡Claro que no! ¿Por qué me iba a molestar?
La clase empezó y cada uno se volvió a su asiento.
Pasaron las horas, la noche sucedió al día, y el sábado pasó rápidamente, llevando a la chica aceleradamente al día de su cumpleaños.
A las pocas horas de despertarse, una visita se presentó en su casa con un paquete envuelto de color negro.
La chica lo abrió nerviosamente, con la sonrisa en el rostro y el corazón acelerado.
Dentro, un pingüino de peluche de color negro, gris y blanco, con unos ojos azules y un tacto encantador.
La chica sonrió y abrazó el peluche.
Se quedó mirando el techo de su habitación pensando en la ambigüedad de las situaciones.

~Personas de mi vida~

Es 9 de Marzo y cumplo 16 años.

He vivido 5.840 días, 140.160 horas, 8.409.600 minutos y he respirado cerca de 232.243.200, sin contar cuando he corrido, me he puesto nerviosa por algo y miles de otras tantas razones por las que respiramos más aceleradamente.

Empecé a andar con 13 meses y he seguido haciéndolo hasta ahora.
La primera palabra que dije fue "mamá" como la mayoría de los bebes, y la he repetido miles de veces y de todas las formas distintas que existen. Riendo, llorando, gritando, lamentándome, pidiendo ayuda o consejo, frustrándome, nerviosamente, excitadamente, triste, contenta, dolorida, quejándome... Espero seguir haciéndolo.

Me he encontrado con gente realmente especial, de esas que te encuentras sólo una vez, que sólo tienes una oportunidad para conocerlas, y depende de esa oportunidad, que sigan o no en tu vida.

Personas que conocí cuando aún siquiera había nacido, desde el vientre de mi madre.
He. Da. Jo.
Compañeras que luego se han convertido en amigas, y poco después en hermanas, alcanzando a entenderme como poca gente sabe.
So. Sa. Ka.
Chicos que han pasado por mi vida como un huracán, destruyéndolo todo y tirándome por los suelos, para luego, aprender a levantarme sola.
Ca. Lu. Da.
Un hermano que forma parte de mi día a día, que sin él no sabría vivir, ni reir, ni conocería lo que es la vida a su lado.
I.
Familia. Familia que me han ayudado a ser lo que soy, que han hecho de mi la persona que soy hoy en día. Que me han pulido, han limado las asperezas de mi personalidad, me han enseñado el mundo tal y como és, sin pintármelo de rosa ni dejando espacios en blanco.
Car. Ru. Jo.
Personas que me sorprenden día a día y paso a paso, que dejan tras de si un rostro atónito y confuso.
Al.

Y luego todos los demás. Son tan distintas que no se pueden separar en grupos. Aquel amigo de pelo largo que vino hasta aquí solo para verme. El negrito que tiene una piel extrañamente estirable. La niña pequeña de rizos que alegraba alguna de mis tardes. La persona que me abrazó cuando estaba decayendo y me ayudó a aguantar las lágrimas. Al pelirrojo que provocó en mi una de las mayores sonrisas de mi vida, e hizo que me enrojeciese más de una vez. A toda la gente que me lee, que me comenta y que me ayudan a mejorar en cada paso que doy.

Y todas esas que se cruzan en mi camino. A las que sonrío sin motivo, a las que saludo por equivocación, a las que confundo con personas que conozco. Al camarero de ayer, a los conductores de autobús, a aquella mujer danesa que me habló como si me conociese de toda la vida.
Y a todas las que quedan por llegar, sólo puedo daros las gracias por hacer de mi lo que soy.
Por que gracias a vosotros, estoy orgullosa de mi vida.

~Aprende los límites~

La gente se empeña en creer que las cosas no acaban.
Insisten y persisten en rozar algo que ya no está, que ya se agotó.
El tiempo ya ha pasado, se ha consumido.
Las velas se apagan, los libros se acaban, los deseos no se cumplen, los años pasan y la vida termina.
Esto es igual.
Dices que no me aferre al pasado, y es lo único que tú haces.
Basta.
Para.
Déjame tranquila.
No quiero empezar nada de nuevo, pero ni contigo ni con nadie. No quiero depender de una persona para organizar mi vida, no quiero sufrir día tras día por no verte, o por cualquier otra estupidez con la que me coma la cabeza.
No.
Dices que hemos cambiado, pero el cambio sólo lo veo en mi.
Siges sin saber diferenciar los límites que no debes cruzar, y te acabarás cayendo por el precipicio.
Ten cuidado.
Que se te rompan todos los huesos duele, pero que se te desgarre el corazón, duele aún más.
Tienes todas las papeletas para que vuelva a pasarte.

~8 de Marzo, día de la desigualdad~

Es 8 de Marzo, y todos dicen que es el día de la mujer.

Me indigno.

No puedo creer que nosotras, las que defendemos la idea de que somos iguales a los hombres, que nuestros derechos son los mismos que los suyos, al igual que los deberes y la posición social en la que estamos, que hemos estado mucho tiempo sumidas en los quehaceres de la casa, en el cuidado de los niños, entre las agujas de coser y las ollas de la cocina, que ahora, celebremos un día como este.
 
Conmemoramos una jornada en la que nosotras somos las importantes, en la cual hacemos manifestaciones, defendemos nuestros derechos y gritamos que somos importantes.
Pintamos el día con nuestra imagen por encima de cualquier otra cosa.

Decimos que somos iguales, y sin embargo, celebramos un día de la mujer, sin haber un día del hombre

¿Hay, por casualidad, un día del hombre? ¿Hay algún color para designar a las víctimas de violencia familiar masculinas? ¿Por que es violencia de genero para las mujeres, y violencia familiar para los hombres? ¿Por que nosotras tenemos que hacer manifestaciones imponiendo algo que "no tenemos" y ellos no lo hacen?

Si decimos que somos iguales, debemos comportarnos como tal.
Alguien muy importante en mi vida dice, "En el momento en el que se celebra el día de la mujer, estamos reconociendo que somos diferentes"

Para mí, el 8 de Marzo no es un día en el que demostramos la igualdad que hemos conseguido, si no que dejamos ver entre líneas que nos seguimos sintiendo diferentes.
Es el día en el que más se muestran las diferencias entre nosotros.
Es el mayor día de la desigualdad que se ha creado.

~La mujer del autobús~

Era una mujer preciosa, o al menos, lo había sido en su tiempo de juventud.
Unos ojos azules, algo desgastados por el tiempo, miraban el mundo a trabes de unas gafas sin montura, delicadas, totalmente transparentes que arrancaban los destellos de luz que lanzaban al mundo.
Tenía una bonita sonrisa, con una dentadura postiza algo manchada, y adornaba con unos labios rojos carmín, pintados cuidadosamente.
Podía imaginarla con la delicadeza de sus manos, esparciendo el polvo del colorete el los pómulos tersos, adornando sus labios y haciendo lucir su mirada.
Era rubia, de un color clarito y sumiso. Ni una cana adornaba su corta cabellera, pero sin embargo, unas horquillas sujetaban a los lados de su cabeza dos mechones de pelo, impidiendo así que le caigan sobre los ojos celestes.
Su frente se plegaba en arrugas que le envejecían el rostro, al igual que las marcas de expresión que se dibujaban alrededor de sus labios. Sin embargo, las mejillas rosadas eran totalmente lisas y perfectas.
Me hablaba con un acento inglés muy marcado, mezclando palabras francesas, españolas y alguna danesa.
Su voz era preciosa, al igual que la mezcla de culturas que su vocabulario demostraba.
Era delgadita, pero no enclenque. Con una figura que en sus años, habría atraído miles de miradas.
Sus finos dedos llevaban un anillo plateado, con unos brillantes coronándolo.
Tenía unos modales muy educados. Se sentaba sin cruzar las piernas, pero inclinándolas hacia un lado como si fuese la mismísima reina. Colocaba las manos en su regazo y hablaba.
Hablaba muchísimo.
Me preguntó que quería estudiar, en qué curso estaba, mi nombre y mi edad.
Me contó una insignificante parte de su vida.
Había formado parte de una compañía de arte de Dinamarca cuando era joven, ofreciendo a los visitantes de la exposición perfectas explicaciones de las obras que se presentaban allí. Luego estudió hostelería. Vivió en Dinamarca, Portugal y Suecia. Había estudiado inglés, danés, alemán, francés y dos años de chino.
Hacía diecisiete años que vivía en España con su marido, y le encantaba.
Hablaba del tiempo de Málaga, de los hoteles, de los restaurantes, la gente y algún pequeño bar donde iba con su marido.
Su parada llegó, y se bajó del autobús despidiendose con un "Gracias", y deseándonos buenas noches.
No pude arrancar la sonrisa de mis labios hasta llegar a casa.

~Película recapitulada con un suspiro~

Se apoyaba en el borde de la ventana.
El marco de la ventana le mordía la piel de los antebrazos y sus pies se estremecían ante el contacto frío de la losa bajo sus pies.
Apuraba las últimas caladas del cigarro. Posaba sus labios en el pitillo y dejaba que el sabor de sus labios cambiase con cada calada.
Era una noche fresca. Las estrellas se veían en el cielo, titilando, manteniendo así el lenguaje que sólo ellas conocen.
Pequeños soplos de aire movían las hojas de los árboles que por aquellas horas, se habían convertido en manchas negras con destellos de la luz de las farolas.
La ropa tendida bajo ella se agitaba con el viento, y su corto y ligero flequillo se despeinaba con cada golpe de brisa.
Expulsó el aire de la última calda y lanzó al vacío la colilla consumida.
Se quedó observando el punto por el que había caído el acabado cigarro, con una mirada fría y una sonrisa triste.
"El tiempo pasa demasiado rápido" pensó, y dejó que su mente vagase por los recuerdos de su infancia.
Dio un salto, y pasó de los dibujos animados del sofá y las muñecas de porcelana a las faldas cortas y las luces de neón.
Recorrió con la mente lo porros, las pastillas pequeñas y blancas que desaparecían por la comisura de su sonrisa, las copas de alcohol y los preservativos que se quedaban abiertos.
Se recordó llorando en el baño, con el test de embarazo sostenido por la punta de los dedos, y la incertidumbre acumulada al borde de la barbilla en forma de temblor.
Más tarde llegaron los llantos en mitad de las noches, las veladas sin dormir, los pañales, las papillas y los biberones de madrugada...
Recordó las ojeras que intentaba tapar con maquillaje. Todos sus intentos eran en vano.
No se olvidó de su primer trabajo, ni del primer salario y ni del primer despido. Luego, el cobro del paro, las miradas repudiadas de la familia y por último, las sonrisas que le regalaba su hijo cada día.
Vio lo rápido que se le estaba pasando la vida.
Y lo temía.
Temía el paso rápido que adquiría el tiempo, siempre corriendo y con prisas; lo que se aceleraba la caída de la arena que corría por el reloj y el continuo movimiento de las agujas.
Veía como se caían las hojas, como se escapaban con el viento, como pasaban los meses y los años, las horas del día a día y los segundo de cada instante.
Y se sintió aterrorizada ante tal descubrimiento
Recapituló la película de su historia con un suspiro, bajando el telón y cerrando las puertas a sus recuerdos, a la vez que entornaba la ventana del balcón y escapaba al sofá, salvando así a sus pies del frío de las losas del suelo.

~Paseo~

Caminaba por la calle.
Era uno de esos paseos que a veces necesitas para escapar del mundo, de esos que ansías durante toda la semana. El ratito de libertad, ese momento de intimidad con el alma, aquel instante en que los sentimientos aparecen y expresan con fluidez, a través de los dedos, lo que los labios no pueden pronunciar.
Caminaba con un paso ligero y de la manera que sólo ella sabe moverse, formando curvas sinuosas con sus caderas y haciendo que su pelo rebotase contra la espalda. Dejaba las manos libres, y escribían en el aire las palabras que no lograba decir.
El sol calentaba sus pómulos y sus ojos se entrecerraban ante la claridad del día. Notaba el calor de los rayos sobre su tez morena y cada poro de su piel disfrutaba de aquel placer que pocas veces conseguía.
El cielo lucía azul.
Un azul bonito, de los que los pintores son incapaces de conseguir.
Lo pájaros lo adornaban con pequeños puntos que revoloteaban en el aire, creando formas y figuras que el hombre jamás podría representar en papel.
Ella caminaba escapando de la sombra de los edificios. Huía hasta el maravilloso calor que ardía en sus mejillas.
Era extraño, por que sentía su corazón latir bajo su pecho. No de una forma acelerada, diferente o pausada. Ya no de una manera desenfrenada o dolorosa. Era mero latido. Algo extraño, después de lo apagado que había estado las últimas semanas y de lo triste que se había mostrado debajo de la piel.

~Vida y muerte~

 
¿Hasta qué punto se enlazan la vida y la muerte?
¿La base de la muerte es la vida?
¿O la base de la vida es la muerte?
Dime que relación puede haber entre dos cosas tan diferentes, tan sumamente contradictorias, tan extremadamente enfrentadas.
Amamos una y odiamos otra, pero las dos son esenciales para nuestra propia evolución.
 
Dejando a un lado las personas, hablemos de sentimientos.
 
El nacimiento de un sentimiento es a veces, igual de doloroso que un parto.
¿Y la muerte?
La muerte de uno de ellos acaba con todo lo que habías creado, y te destruye.
Te destruye por dentro y por fuera, descoloca los órganos vitales, empezando por el corazón y terminando con la muerte de los labios.
 
 
 

#Poesía 7.

Y el tiempo pasa.
Aprendo a besar despacio,
cada vez más lento.

Siento la sangre por las venas,
pero no tu aliento en mi cuello,
Y esto causa un efecto contraproducente
Echo de menos los escalofríos
aunque me sobran los te quiero.

Poco a poco aprendo.
Entiendo lo que es la vida,
y todo lo que suele llevar de la mano.

Comprendo eso de que no hay una continuación,
que las cosas se acaban
que el tiempo se escapa
que los segundo pasan sin darme tiempo a la reacción,
y que me dejan peor de lo que me encontraron,
sin amor, y con los ojos al borde del llanto.

¿Qué complicado no?
Que difícil la situación.
Cómo duele el alma
Como se desgarra el corazón.

Ya no queda el rastro de los besos en las mejillas
ni el pintalabios en el centro del pómulo.
Ni siquiera, el reflejo del amor en el rostro.
Ya no aparecen las sonrisas que anticipaban un beso,
ni la conexión de una mirada sostenida en el aire.
Ni siquiera quedan los susurros de los te quiero,
que quedaban ahogados tras cortarse la respiración.

Qué triste todo.

El sol ya no luce como antes,
se avergüenza de tu decisión.
Las nubes se han tintado de negro,
también echan de menos tus besos.

Y yo..
Yo no puedo ni pronunciar tu nombre
ni escuchar una canción sin imaginarme susurrandote la letra al oído.
No puedo aparecer por el centro
sin sostener tu mano sobre mis dedos.
No puedo.

~Harta y decidida~

Estoy harta de escribir sobre tí.
Estoy harta de ir con el estómago encogido con miedo a encontrarte y no saber qué hacer.
Estoy cansada de verte a lo lejos y tener que ignorarte por que no tengo las fuerzas suficientes como para dedicarte una sonrisa.
No puedo.
Me es imposible aguantar como antes y ser amigos.
Las cosas que se acaban, se acaban y punto. No hay continuidad, ni segundo párrafo, ni siguiente capítulo. Ni siquiera un apéndice que diga que ha pasado con los personajes de la historia.
Te odio. Realmente te odio.
Te guardo un rencor inmenso que va creciendo por momentos, pero que a cada paso que da, me destroza las entrañas. Saca lo peor de mí.
No quiero decir tu nombre por miedo a que mi boca esboce una sonrisa, y no quiero recordar tus besos por si acaso alguien me está mirando y ve la cara de idiota que se me pone.
No quiero recordarte.
Al menos, si lo hago, no quiero que me duela, ni hacerlo de tal manera que cada imagen me torture el corazón.
Soy joven, tengo la vida por delante, pero sin embargo no dejo de penar en tí.
Estos casi dos meses se me han hecho mucho más largos que todos los minutos que pasé a tu lado.
Y estoy harta.
Harta, cansada y decidida a olvidarte, a guardarte en el famoso baúl de los recuerdos, a dejarte en los recovecos de mi mente, a poder decir que ya te he superado.
Pero el problema es que mi corazón no piensa lo mismo, y espera día a día una llamada tuya pidiéndome perdón.