Salgo de casa y una mujer joven sujeta la mano de una niña mientras mantiene el equilibrio en una fila de adoquines. Solo espero que la joven no haya sido obligada a parir, amamantar y cuidar una criatura que no quería. Solo espero que la niña entienda que puede rebelarse contra la falda del uniforme, ensuciarse las rodillas, romperse las medias y estropear los zapatos jugando al fútbol. Si quiere.

La camarera me mira desde el otro lado del cristal con ojos enrojecidos por el porro que acaba de fumarse en la esquina. Solo espero que no sea una forma de tranquilizarse porque le acaban de gritar una guarrada. Solo espero que la calada no vaya porque alguien le ha levantado la falda y que nadie le haya tocado el culo detrás de la barra.

Pasa una mujer uniformada con falda de tubo, camisa pegada y americana tailandesa, con un tic-tac en sus talones. Espero que sea la jefa. Espero que destroce algún que otro meñique con esas agujas que lleva por zapatos si alguno se sobrepasa. Espero que levante el anular si se siente acosada. Espero, sino, que sea secretaria y que el jefe no abuse de ella, no se aproveche de ella y no se acueste con ella por sus piernas, sus tetas o sus caderas.

Cruzo la calle, la plaza y el paso de peatones. Cruzo otra calle, otra plaza y otro paso de peatones. Dos chicas se abrazan y una está llorando. Espero que le haya cruzado la cara al desgraciado que le está haciendo llorar. Espero que no estén hablando de la violación ni del maltrato. Espero que ellas no sean sujeto. Espero que solo se le haya muerto el perro, el canario o que le haya salido la primera cana. Espero que no esté llorando por un desgraciado al que no le ha cruzado la cara.

Alguien grita "¡Hija de puta!" y yo no entiendo qué tiene que ver el trabajo de mi madre en todo esto. Alguien susurra "te harían un favor si te violasen" y nadie escucha el escalofrío de la mujer con 20 kilos sobrantes.
Alguien dice "te quiero..." pero deja la frase a medias y no dice el "...follar para luego dejarte tirada" que falta.
Pero nadie escucha el llanto de una quinceañera al ver que no entra en la falda vaquera, ni el gemido de dolor de una esposa en la cama al ser obligada, ni el grito de auxilio de una niña a la que acaban de meter en un coche y teme ser asesinada.
Nadie escucha los gritos que todas tenemos dentro.
Nadie escucha, pero todas acabamos sufriendo.




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