Supongamos entonces que una pequeña Amélie Poulain está sentada en el banco de al lado y oye ese inicio de una conversación superflua, mientras el "qué pasa" se queda aleteando en los adoquines con forma de mariposa a punto de morir.
¿Por qué Amélie?
Porque es experta en imaginarse historias que pudieron ser ciertas.
Qué pasa. Qué- pasa.
Pasa un coche de conductor maleducado que no cede el paso a los peatones.
Pasa un perro de pelo crespo al que nadie ha acariciado desde hace tres semanas.
Pasa una niña hablando con su mejor amiga. Aún no sabe que será su primer amor y que será la primera en romperle el corazón a golpes.
Pasa una pareja de ancianos que nunca se han querido y dos jóvenes que acaban de prometerse una vida.
Pasa un chico que acaba de perder la virginidad y al que nadie preguntará como se siente.
[Paso la página del cuaderno donde originalmente he escrito esto]
Y entonces yo paso la página del cuaderno y me encuentro con una hoja que dejé entre estas hojas hace mucho tiempo. Qué bonito es jugar con la polisemia.
Cojo el móvil, le hago una foto e intento subir a twitter mi pequeño-gran hallazgo. Y twitter me pregunta qué está pasando.
Y joder, en serio, ¿qué está pasando?
Pues está pasando que un catalán gime mientras tiene a un andaluz con la boca ocupada entre sus piernas, y que una gallega y una madrileña se están corriendo a la vez en el cuarto piso de un edificio del centro.
Está pasando que un chico de pantalones rotos y corazón desgarrado intenta contener las lágrimas ante un poema de amor.
Está pasando que dos personas empiezan a quererse despacio, con mucho cuidado de no romperse. Mientras, está pasando que tengo unos nervios de la hostia mordiéndome los tobillos, que me tiembla la voz, que me duele el pecho.
Está pasando la vida, que ya casi es muerte; el tiempo, que ya está perdido; y el desamor, que ya no duele.
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