Dos personas amándose no son más que un microcosmos en este mundo de mierda.
Cuando abrazas, besas o haces el amor con alguien a quien quieres se produce un fenómeno espacio-temporal que aún no ha sido estudiado. Pequeños átomos de perfil transparente se quedan suspendidos alrededor de las personas que están abrazándose, besándose o haciéndose el amor y se crea una urna de cristal, casi tan frágil como el amor verdadero, que solo puede ser quebrada por una inoportuna y cabrona interrupción:
Que llegue tu madre a casa,
que suene el pitido del horno,
que empiece a llorar el niño pequeño que creías dormido
o que tu compañera de piso pegue el portazo de su vida para demostrar empíricamente que ha llegado a casa.
Creo que voy a bautizar esto como "el fenómeno de la urna de cristal". La metáfora es más bonita si pensamos en el cristal empañado de una habitación cerrada, pequeña, con dos personas queriéndose despacio (pero a buen ritmo) encima del colchón. La metáfora es aún más bonita si pensamos en una mano sujetando un cuerpo equilibrista contra el cristal de la ducha. La metáfora es mucho más bonita si pensamos en dos jóvenes que se están comiendo el alma en la acera, mientras un anciano mira por el cristal de la ventana llorando de felicidad y pensando que el mundo aún no está perdido.
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