~365 cartas que no te dije~

Su vida seguía su curso. Se levantaba las mañanas con una sonrisa en el rsotro, tenía amigos en los que apoyarse, sin limitaciones ni ataduras, no tenía el el alma encogida ni la dignidad arrastrando por el suelo.
Había recompuesto los trocitos de su corazón y la felicidad había vuelto a su vida.
Apenas recordaba ya esas noches en las que no dormía y evitaba pensar, lanzándose a las letras de las canciones que definían sus sentimientos a la perfección.
Seguía viviendo como una persona más, como si su vida no hubiese sufrido cambios en mucho tiempo.
Es cierto que a veces la recodaba, pero nunca la echaba de menos. Aquello tan sólo habían sido unos meses de tránsito en su vida, y ella había sido un efecto colateral de ellos. Un vano recuerdo, un pequeño desliz.
Trabajaba y su vida parecía prácticamente resuelta. Seguiría con sus estudios, se sacaría la licencia y probablemente trabajaría en algún restaurante. Mientras tanto las fiestas de fin de semana nunca faltaban, ni los polvos de una noche, ni los besos apasionados que dejaban sabor a alcohol.

Una tarde cualquiera, se encontró con ella. Parecía que le estaba esperando, pues descansaba sentada en un banco de la plaza y corrió hacia él cuando lo vio aparecer por la bocacalle.
Parecía más delgada, más madura, diferente a la chica con la que había estado unos meses atrás. Era más fría, más callada, más triste.. Tenía los ojos brillantes cuando la vio, el rostro encajado y los labios fruncidos.
Le tendió una pequeña cajita de madera, pintada con una capa de barniz plateado y con un pequeño y sencillo cierre.
Ella se marchó a paso rápido, esquivando a la gente que se le cruzaba y con la cabeza gacha.
Vio su figura desaparecer entre la masa de personas que la engullían, y entonces, abrió la caja.
Miles de papeles doblado y ordenados reposaban en el interior del pequeño cofre, al igual que un pájaro de papel y un anillo que le había pertenecido.
Cogió el anillo y jugó con él. Recordó el momento en el que hacía el amor, y ese anillo colgaba del cuello de ella.
Cogió el único papel de color rosa que había. En él, con letras grandes e irregulares, se podía leer "Cuanto daría por acostarme contigo todas las noches, y levantarme a tu lado todas las mañanas"
Vio, al fondo de la caja un papel con la letra de una rima impresa. "Te amo, Pablo Neruda".
Pero sobre todo se fijó en la cantidad de folios blancos que, doblados cuidadosamente, descansaban bajo una pequeña nota escrita a mano. "365 cartas que no te dije". Levantó la vista buscándola con la mirada, con la pregunta al borde de sus labios. Pero ella ya no estaba. Tan sólo le quedaban las cartas.

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