~Con el arma en las manos~

Llevaba la cámara colgando al cuello por una cinta negra.
La usaba como arma.
Su padre bromeaba y ella, como si de un potente revólver se tratase, cogía la cámara y usaba su objetivo par sacar una instantánea y acallar así las frases vacilonas que le hacían sonreír.
Me pareció un gesto precioso.
Luego, sentada a mi lado, seguía utilizando la fotografía como remedio contra la soledad, y cuando el escritor se levantaba, ella, fugazmente, desenfundaba como una ágil pistolera y sacaba una foto.
En una de las capturas rápidas que hizo, le sonrió y le levantó el dedo en señal de aprobación.
Subimos a la nubes.
Como niña inocente y descuidada del mundo, empezó a gritar como si el alma le fuese en ello, y una sonrisa preciosa apareció en su rostro.
El gesto nos dio fuerzas para seguir esperando las tres horas que nos faltaban, y así pasó el tiempo, y la tarde y las horas.
Ella con su cámara, y yo, desde su lado, mirando cual callada observadora el ir y venir de instantáneas.

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