Recorría su cuerpo como si fuese una pieza de museo.
Acariciaba su espalda de una manera especial, con el cariño y el cuidado en cada uno de los dedos.
Deslizaba sus manos desde el cuello de la columna hasta el principio de los glúteos, parándose especialmente en la cintura y en el eje de su espalda.
Extendía la crema de cuidadosamente para que no quedase ningún rastro de ella en su piel blanca y delicada y mientras tanto ejercía la justa presión para que se relajasen todos los músculos tensos del cuerpo de la chica.
Luego le quitó, de una forma muy dulce y pausada, la arena de los muslos y las pantorrillas. Siguió recorriendo su cuerpo despacio, parándose en todos los centímetros de su piel para que ninguno se quedase indiferente.
Y desde fuera, aunque no fuesen novios, me parecía el mejor acto revolucionario contra la muerte del romanticismo.
Tal como lo narras creo que sin duda, fue el mejor acto revolucionario. Me he imaginado cada coma del texto y casi tiemblo.
ResponderEliminarImagínate la impresión y la dulzura de la imagen si hubieses estado allí.
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