¿Existe?

Con diéciseis años, me seguía preguntando si la magia existe.

La casa estaba en silencio. No se escuchaban gritos, ni llantos, ni voces. Por primera vez, todo se callaba para dejar el mayor protagonismo a lo que yo tenía entre manos.
Había intentado una y otra vez acostarlo en la cuna, pero en el momento en el que lo despegaba de mí, se despertaba y lloraba.
Asique bajé las escaleras con él en brazos, me senté en la butaca de terciopelo rojo y empecé a mecerme mientras le cantaba una rota melodía.
Y poco a poco, dejó de moverse y su respiración se tranquilizó.
Su cabeza descansaba en el hueco de mi cuello y sus piernas se encogían encima de las mías.
Se durmió cómo solo un bebé puede hacerlo.

Y desde ese momento en el que todo se paró, creo en la magia.

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