Escándalo.





Es eso. Exactamente eso.
Es un escándalo que va por la vida gritando y sonriéndole a todo dios. Un escándalo que se pone ropa de colores tristes, que tiene más horas malas que buenas y que se esfuerza por superarse día a día. Pero joder, es que es un escándalo insuperable.
Esa chica está bañada en complejos por culpa de una sociedad que le ha exigido cosas que ella no tendría por qué dar. Seguramente ha pasado la mayor parte de su vida controlando lo que come y matándose en el gimnasio para ser bonita.
Lo peor es que todavía no se ha dado cuenta de lo preciosa que es.
Tiene el pelo rubio, largo y rebelde y los ojos del color de la esperanza. Os juro que son los ojos más soñadores y con más brillo que he visto en mi vida.
Tiene una sonrisa que te libra de todos los miedos y un lunar que ha elegido colocarse entre su boca y su barbilla. En el lugar perfecto.
Tiene unas caderas que son abismos y se contonea por los pasillo intentando pasar desapercibida por que no le gusta que le miren. Por que piensa que no vale nada para que le miren.
Y se equivoca.

El otro día la vi subida a unos tacones con unos pantalones ceñidos, una blusa negra y con el pelo rebelde y rubio cayéndole por la espalda.
Tocaba el piano.
Sus notas invadieron toda la sala. Movía sus manos de un lado a otro, las paseaba por las teclas, las acariciaba, las presionaba y creaba una melodía preciosa que se sabía de memoria.
Fruncía el ceño y los labios.
Cuando terminó sonrió al público y joder, qué sonrisa.
Luego volvió a enfrentarse a todos los pares de ojos que le miraban y tocó el violín.
Subida a esos tacones de infarto dejaba que viésemos a chica de infarto que ella era. Que ella es.
Salí de allí convencida de que tenía que escribir sobre ese escándalo que se empeña en decir que no es nada.

No sabe bien lo equivocada que está.



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