Como poder, podemos.

Podemos hablar de guarrerías.
Como poder, podemos.
Podemos hablar de cómo me pongo cada vez que me besas con un poco más de pasión que lo normal,
de lo poquito que tienes que hacer para que suba las revoluciones,
de cómo son nuestros espejos en los cuerpos,
-perdón, nuestros cuerpos en los espejos, que me pongo nerviosa-
y de cómo se colorean nuestras espaldas con líneas rojas pintadas a mano armada.
Podemos hablar de guarrerías de verdad, decir coño, polla y sexo,
poner voz sensual,
gemir,
gritar,
y acabar a la vez y abrazados.

Como poder, podemos incluso utilizar un lenguaje más explícito y menos poético.
Pero no.
Yo venía a hablar de tu abrazo justo después de corrernos,
de cómo lloramos de pura emoción,
del vacío que siento ahora mismo por no poder tenerte,
de la música clásica que ponemos después de hacer el amor,
después de deshacernos en amor.
Yo venía a hablar de tu silueta a las 7 de la mañana,
de tu cara en blanco y negro recién despierta,
de tu piel tocando la mía,
de ti,
de lo enamorada que estoy de ti,
de la vida que quiero vivir contigo.
Quiero hablar de todo lo que siento cada vez que te miro,
de cómo me quedo embobado mirándote dormir,
mirándote de perfil,
mirándote de espaldas.

Quiero decirte que eres el amor de mi vida,
que no te vayas,
que no te escapes sin amarme un poquito más.

Yo venía a decir que sin ti,
no hay poesía.

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