Hoy se me ha caído el corazón al suelo.
No tengo mariposas en el estómago.
No tengo pájaros en la cabeza
ni luciérnagas en los ojos.
Ni siquiera me quedan fuerzas primates luchando en mis costados.
Están todos muertos.
Todos. Muertos.
Todos en peligro de extinción.

Las especies lloran.
Un gato ha sido quemado vivo, y aún llora calcinado.
Y mi gata llora.
Un jabalí ha sido apaleado y ahogado en un río. Sus lágrimas se confunden con la riada y ya nadie distingue la tristeza de la fuerza de la lluvia.
Se maltratan animales tras las cortinas de cada circo, y por cada vez que un niño ríe al verlo subir en una pelota inestable, hay ocho latigazos en cada pierna.

Se matan perros porque las perreras están más llenas que el parlamento cuando toca hablar de la brecha salarial.
Se matan perros y todos los ladridos pasan desapercibidos entre los quejidos de la ciudad.

Detrás de la colonia que me pongo todos los días, detrás de la crema que uso para que no se me agrieten las manos, hay un conejo con los ojos ensangrentados, una cobaya con quemaduras en la piel y un ratón cuyo pelaje era gris. Era. Ya ni siquiera tiene pelo.
Y es mi culpa.

Cuando pienso en un bosque, me imagino algún xorro escabulléndose, un oso agazapado y varios pájaros en las ramas de los árboles.
Todo bien. Todo paraíso. Todo belleza.
Pero no me imagino la trampa que hay escondida entre la maleza, ni las persecuciones con ladridos y gritos de hombres como banda sonora original. No me imagino las heridas, la muerte y el despiece para hacer una puta bufanda.
Una jodida bufanda.

Me imagino las vacas y los cerdos de camino al matadero. Sangrando, cagando y llorando. Gimiendo y temblando. Me imagino cómo les cortan la cabeza, las pezuñas y los intestinos para hacer una puta hamburguesa.
Una jodida hamburguesa.

Todo esto está muy lejos. Apenas nos toca, apenas nos llega si no es con un programa de Salvados. Por eso parece que no existe. Pero lloran. Lloran y tiemblan. Lloran más que aquel que ahogó al jabalí. Lloran más que la persona que ha calcinado al gato.
Lloran más porque a veces son más humanos que nosotros mismos. 

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