Madres nuestras

Madres nuestras que estáis en casa, siempre en casa,
santificadas seáis por cada uno de los pecados que habéis cometido en nuestro nombre:
por mentir a quien nos buscaba para hacernos daño,
por odiar a quien nos ha hecho llorar,
por querer matar al primer amor que nos rompió el corazón.
Venga a nosotras vuestros reinos, aquellos que habéis labrado con tanto esfuerzo, sudor y sangre. Reinos heredados, traspasados de una espalda a otra, de madre a hija, de mujer a mujer. Reinos contra los que tenemos que luchar porque ya no somos princesas: hemos tirado la corona y sin querer hemos incendiado la bandera real. Vaya.
Háganse vuestras voluntades en la tierra como en el cielo, es decir, haced lo que os de la puta gana: salid, entrad, amad, gastad vuestro tiempo en vosotras mismas. Sed felices por lo menos una vez en la vida. O en la siguiente, si Dios lo quiere.
Dadnos hoy vuestro pan de cada día, ese que os ha impulsado cada hora, minuto y segundo de vuestra existencia. Compartid el secreto y decidnos cómo habéis estado tanto tiempo calladas y sin gritar de rabia.
Perdonad nuestras ofensas por todas las veces que os hemos menospreciado. Muchas seguimos con los ojos vendados.
Perdonad nuestras ofensas como también nosotras perdonamos a los que nos ofenden. Aunque ahora sólo perdonamos a veces, porque ya no disculpamos a quienes nos pegan, nos gritan, nos matan y nos maltratan. Ellos se ofenden y nos llaman ofendidas. No, queridos, no. Ya no soportamos nada. Somos unas exageradas, si, pero es que quiero seguir viva.
No nos dejéis caer en vuestros errores de nuevo, pero dejad que caigamos en la tentación de amar, besar, follar y querer sin límites. Dejad que caigamos en la tentación de ser libres dentro de nuestras posibilidades.
No hace falta que nos libréis del mal, ya es suficiente con que os libréis vosotras mismas.
Amén.
Amen.
Amadnos y dejad que nos amemos unas a otras, que este camino se hace muy duro si nadie nos da la mano.

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