Una mujer en silla de ruedas mira el escaparate de una zapatería. Ella quería ser bailarina de claqué.

Un hombre mastica el chicle de hierbabuena sin azúcares añadidos que se ha metido hace unas horas en la boca, pero intenta paladear los aromas que salen de la panadería que hay enfrente. El hombre se escucha el estómago rugir y se mira las piernas gordas, extremadamente gordas. Todavía sigue intentando entrar en la talla 34.

Una mujer ojerosa, con los dientes amarillos y el hígado destrozado, mira la licorería que hay enfrente de su casa mientras se dirige al centro de alcohólicos anónimos. Piensa qué hará con todo el dinero que ya no se gasta en botellas de Whisky barato y piensa en una playa del Caribe. Pero se ve sola y solo piensa en el mojito y la cumbia.

Un hombre observa a los niños en el parque, cuenta las patadas al balón, las faldas de colores y los castillos de arena. Entrecruza los dedos, cierra los ojos y se imagina esa risa que acaba de sonar saliendo de la habitación naranja que hay al final del pasillo. Luego baja la vista y se pregunta si aquella accidental patada en los genitales es el motivo por el que lleva tres años intentando ser padre. 

Una mujer observa cómo se ríen las personas en la pantalla del cine mientras juguetea con los antidepresivos que lleva en el bolso. Su madre siempre le dijo que era un bolso demasiado grande para ella. Su madre siempre le dijo que sonriera un poco. Pero ella llora.

Un hombre camina por las calles de la ciudad sin saber muy bien hacia donde va. Acaricia las paredes. Ese olor le resulta vagamente familiar y cree haber visto antes esa fachada verde. Gira a la izquierda, gira a la derecha y una joven de pelo revuelto se acerca corriendo hasta él con una mirada de alivio en el rostro. La conoce, sabe que la conoce, pero no se acuerda de su nombre ni de por qué le inspira tanto cariño. Su hija lo coge del brazo y lo conduce hasta casa.

Una chica coge el chocolate, los cruasanes, las galletas, los cereales rellenos de leche y los flanes de huevo y se encierra en su cuarto. Come, respira y llora. En ese orden. Engulle, traga y llora. En ese orden. La chica abre twitter y lee "me encantan las personas rotas" y se da cuenta que el chaval que lo ha escrito no tiene ni puta idea de lo que es estar roto por dentro. Y llora.

Todos llegan a casa y escriben. Todos están enfermos, todos sufren.
Todos
son
poetas.
Todos lloran.



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