El vecino del edificio de enfrente, el del balcón del tercero, ha salido a fumar con la bata de casa. 
La ceniza cae mientras el humo sube. Él está quieto y suspendido justo en el ángulo intermedio. 

Se ha ido el sol, pero no está atardeciendo. 

El vecino del edificio de enfrente, el del balcón de cuarto, ha salido a fumar. No tiene pelo y parece que tiene frío. Por dentro. 
Mira el suelo de la calle. 
Mira mi ventana, no me ve. 

La luz del segundo se enciende. 
La chica de enfrente está tocando un violín. 
La pareja que vive encima de mi gime. 

Veo dieciocho casas con veinticinco mil vidas en cada una. 
Las paredes guardan historias. 
Algo se me revuelve en el pecho al ver un edificio viejo con las paredes negras, 
las ventanas destruidas
y rezumando una calma especial en cada hueco del vacío. 

Desasosiego y melancolía. 

Los vecinos del edificio de enfrente se han ido. 
Ya ha anochecido. 

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