~Así va el país..~

Las horas pasaban y seguíamos allí, esperando, perdiendo a cada segundo la paciencia, suspirando y hartándonos del tiempo.
La comisaría tenía los suelos blanco, de un material parecido al mármol. Digo parecido por que no creo que fuese mármol teniendo en cuenta que no tenían dinero ni para una silla de recepción nueva, la que había tenía agujeros en la gomaespuma del respaldo, que se sujetaba con cinta adesiva para que no se cayesen los trozos que se desprendían.
Con paredes también blancas, veinte escaleras con una barandilla transparente, destartalada y marcada por el fiso que había colgado miles de carteles. Aún quedaban algunos de ellos anunciando una universidad privada, una campaña para recojer alimentos, avisos, publicidad...
Las puertas eran azules. En una de ellas había un papel que ponía en negras y grandes letras "Tirar", en otras dos más pequeñas se leía "Oficina de Denuncias", y otra un poco más lejos se abría y cerraba continuamente con el paso de los policías. A veces la dejaban abierta y se podía ver un pasillo largo y oscuro, con una gran ventana translúcida al final que llegaba hasta el suelo.
La gente que había allí, esperando al igual que nosotras, se sentaban en unas sillas de madera ondulada y suave.
Una pareja francesa de unos treinta y cinco años nos contaban que llevaban ahí desde la una y media de la mañana. Y eran las tres y media de la tarde.
Al otro lado, otra pareja en la que apenas me fijé, y enfrente de esta, una mujer ancha con un suéter blanco y una falda vaquera, con medias oscuras y una chaqueta negra.
En recepción, un policía con un gran mostacho, aburrido, escuchando la radio retransmitir un partido que apenas tenía importancia, pasando las hojas de un periódico.
Las puertas acristaladas que daban a la calle se abrieron incontables de veces.
Entraron policías locales y nacionales, un hombre alto con pantalones claros y una chaqueta de cuero de color miel, luego una chica y un chico, probablemente el hijo, para preguntar sobre los papeles de unas armas que habían comprado, luego una mujer rubia con una niña pequeña de pelo castaño contándole al policía sobre un caso de usurpación de dirección, un anciano de pelo blanco vestido con un abrigo marrón y unos pantalones de pana color café, un extranjero que venía denunciar algo, pero que sin embargo tuvo que sentarse por que nadie sabía inglés y acabó deseperándose tras una hora, y saliendo de allí tranquilamente...
El policía los despachó a todos fríamente, mandándoles a la policía nacional, a la policía local, saliendo por la puerta del pasillo oscuro, apartándoles la mirada...

Pasaba el tiempo, y con él, la gente cambiaba. La luz de la calle se oscurecía, las personas salían y entraban, se cansaban de esperar y se iban, entraban caras nuevas, policías jóvenes y cuarentones, nuevos aires, nuevos casos..
Y nosotras allí, esperando a que la policía se diese prisa, se decidiese a trabajar, se tomase en serio su trabajo y las necesidades de los que estábamos allí esperando.
Y entonces, a mitad de la tarde, entraron dos policías locales llevando violentamente a un hombre, de unos treinta años, con una pequeña herida en la frente y oliendo a sudor y alcohol.
Este lloraba.
Lo llevaron al ambulatorio.
Despacharon a los que teníamos delante, y justo entonces, llegaron de nuevo.
El hombre seguía llorando, desconsolado, pidiendo perdón, piedad, que le diesen otra oportunidad, que lo dejasen salir.
Daniel se llamaba.
Se puso nervioso.
"Agente, ¿Puedo pasear por aquí?"-dijo nervioso, con un marcado acento andaluz- "Estoy acostumbrado a hacerlo en la cárcel, era lo único que se podía hacer"
Había estado nueve años en la cárcel.
Se levantó y se puso a andar de un lado a otro de la comisaría, rápidamente, nerviosos, llorando, explicándose, mencionando de nuevo a su familia, a su hija...
La tarde terminó y salimos de allí con las manos vacías, tan solo con los mismos papeles que habíamos llevado.
En cuatro horas que habíamos estado allí, tan solo habían atendido a tres personas y al preso.
En cuatro horas, mientras los demás policías se paseaban por la comisaría.
Aún ahora, sigo alucinando.

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