Lloraba.

Lloraba.
Nadie sabía por qué. Ni siquiera ella.
Lloraba de la forma más bonita que he visto.
Y es que hasta llorando, era jodidamente preciosa.
Lloraba mientras llovía, y llovería mientras ella lloraba.
El café se le enfriaba y su mirada se perdía.
Y mientras, lloraba.
Jamás le llamaron cobarde.
Jamás le llamaron débil.
Jamás le llamaron frágil.
Pero lo era.
Y tenía miedo de serlo.
Puede que por eso estaba llorando.
Lloraba al son de las gotas que caían de un cielo casi tan triste como ella.
Seguía lloviendo. Seguía llorando.
Pero ni siquiera ella, sabía por qué.

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