Como si ninguno de los dos se hubiese dado cuenta.

Caminaba apresuradamente entre la tristeza de City Hall.  La corbata se le movía de un lado a otro, sus zapatos repiqueteaban en el suelo y el maletín le golpeaba rítmicamente la pierna. 
Una oleada de gente salió de la boca del metro. Él, con sus prisas y temiéndose lo peor, miró la hora en el reloj de muñeca dorado. 
Y se chocaron. 
Levantó la vista cuando sintió el golpe y se encontró con unos ojos castaños que le pedían perdón. La chica llevaba un mapa de las calles de Nueva York en las manos que se había arrugado por culpa del choque. 
Ella se apartó a un lado y siguió caminando mientras estudiaba distraídamente las manzanas de la ciudad. 
Cuando se sintió lo bastante lejos como para que él no le viera, se dio la vuelta. En ese momento él se giraba y seguía andando. 
Como si ninguno de los dos se hubiese dado cuenta. 

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