Hoy me he sentido encerrada en una cárcel. Una cárcel gigante de huesos y de esqueletos de hormigón. 
He mirado por la ventana del autobús buscando a alguien que me mirase directamente a los ojos y me dejase sin palabras, pero no ha sido así. He mirado los edificios, las ventanas y las vidas de los que tenía alrededor, y una sensación de opresión en el pecho me ha hecho apartar la vista. Tengo las cadenas entre las costillas. 
Luego he analizado mi vida y he visto la rutina con ojos de abatimiento. Soy una defensora de la rutina, siempre que se dé en tiempo y espacio correcto, con la persona adecuada y las circunstancias exactas. Pero mi rutina es inexacta, imperfecta y vacía. La rutina ha extendido sus brazos y me ha dejado sin respiración. Me está ahogando. 

Luego me he sentado en la parte trasera de un coche, he abierto la ventanilla sin pedir permiso y he cerrado los ojos mientras el viento me limpiaba los restos de melancolía. Creo que me sentí bien. 
Esa sensación me hace pensar en las ganas que tengo de salir corriendo, de coger el coche y largarme a lugares desconocidos. Tengo ganas de poner la radio a todo volumen y cantar, cantar hasta quedarme afónica aunque sean canciones de mierda. Quiero saborear la libertad en exceso, olvidar las pequeñas dosis e intentar abarcar el universo dentro de mis ojos. Quiero ser infinita y olvidarme de las personas que me impiden serlo. 

Después de dos años con la muñeca llena de pulseras, hoy me las he quitado. Me apretaban demasiado, literal y metafóricamente. Cada uno de esos trozos de tela es un recuerdo que me ata a una persona, un momento y un lugar. Quitármelas ha sido el acto de clausura de esta etapa. 

1 comentario:

  1. En ocasiones es necesario despojarse de lo que nos recuerda etapas pasadas, aunque duela, a fin de cuentas hay que levar anclas para poder seguir navegando.

    Salud y abrazos!

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