Paso por tu lado y te posas en mi.

Tranquilo. Ligero.

Tus ojos viscosos y derretidos me miran el vientre.
Te relames,
goloso,
con los dientes negros asomando en el vacío

Tus manos supurantes adquieren la forma de mi pecho.

Estás lleno de yagas,
los ojos amarillos,
la piel embrutecida, áspera, callosa.
En la mano te chorrea la sangre.
Culpable.

Lengua bífida se agita en tu cueva bucal.
La culpa te ha comido los dientes.
Te sigues deshaciendo en pringue y mucosidades verdes.
No hay culpa, culpable.

Eructas, te llevas la mano a la entrepierna y el pelo rizado te asoma por el pantalón.
Selva, selvático y salvaje. Barbarie.
Levanto el brazo y mi bosque te saluda.
Pones cara de asco,
te sacas la mano,
te la sacas
y te vas desfigurado por la calle.

Te giras para mirarme una última vez y empiezas a arder.
Acabas siendo charco de lodo, vísceras y sangre.
Todo ardiente.

Todo arde.

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