Tengo un ovillo de lana en la cabeza.
La oveja negra está dando saltos dentro de mí.

Intento repensar y repensarme,
pero no puedo.
Así que decido fijarme en lo que siento físicamente.
Centrarme en lo real, en lo único que tengo claro que está ahí, en mi cuerpo y en mí misma.

Vale.
Empecemos.
Estoy en el coche de mi padre y quiero dejar de oler su tabaco.
Me perfora las fosas nasales como una metralleta cancerígena.
La muerte llega lentamente.
Preferiría estar fumando yo ese cigarrillo, pero si fuera tabaco de liar y con boquillas de menta.
Como las tuyas.
Pero eso me lleva a ti y prefiero no entrar en esos caminos. Mejor no.
Camino vetado.

Estoy sentada incómodamente.
No me encuentro.
Soy demasiado grande para esta falda, para este asiento y para este coche.
Me sudan las piernas y mi celulitis se pronuncia con la luz del sol.
El body positive se ha ido a la mierda  y no me veo ni la mitad de guapa que esta mañana.
Menos mal que no he enseñado mis junglas,
porque entonces los susurros que he dejado atrás serían gritos de alerta.
Todos escandalizados.
De nuevo me autofusilo.
Me siento débil.
Camino prohibido.

Intento seguir identificando qué siento.
Me duele la barriga y no sé si es hambre o ganas de vomitar.
¿Vomitar? ¿Por qué?
Siento el regusto de la carne que he comido accidentalmente. Siento las patas de los langostinos que he tenido que sacarme de la boca. Siento los huesos del pollo crujiendo, los escalofríos y las ganas de ir al baño y escupir.
Culpable.
Yo no quería. Yo no quiero.
Se me revuelve el estómago, pero pienso.
Es todo mental, me digo. No quieres comer animales por tus ideales, así que objetivamente no tienes ganas de vomitar.
Idea descartada.
¿Hambre?
No. Puede que ansiedad.
¿Por qué?
Por la madeja de lana negra que da vueltas en mi cabeza. En el centro del ovillo, tú.
No quiero avanzar por esos derroteros.
No quiero pensar en ti.
Camino excluido.

Me siento débil y llegamos a una casa donde no me reconocen,
donde me dicen "qué piernas tienes, madre mía",
donde me siento juzgada y sobrante.
No encajo allí. Soy demasiado grande para esos ojos.
Me miran culpándome de mi ausencia.
Incómoda, como siempre.

Me asfixio e intento concentrarme de nuevo en mí misma.
Repienso y pienso cómo soltarlo todo.
Se me ocurre este poema.
Estoy más tranquila.
He llegado a casa, a mi hogar.
Terreno seguro.
Camino seguro.
De nuevo, estable.
Escribiendo.

Camino correcto.

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