Dónde todo puede comenzar, 2.

Los traqueteos del tren movían mi cuerpo sin ningún reparo.
Estaba cansada. Llevaba todo el día andando y ni siquiera era medio día.
Apoyé la cabeza en el hombro de mi amigo y cerré los ojos durante un momento.
Unos acordes de guitarra empezaron a sonar.
Me espabilé.
No podía ser verdad.
Me levanté de mi asiento y me coloqué en el que estaba enfrente, para así poder asomar la cabeza por el pasillo del vagón y confirmar lo que yo pensaba que era mentira.
Dos hombres estaban delante de una de las entradas, armados con dos guitarras y cantando a plena voz las notas de una canción cualquiera.

Sabía que esa clase de artistas callejeros que se lanzaban a los trenes y a los autobuses para ganar unas monedas existían, pero siempre había creído que se quedaban en América, en la capital o tras las pantallas de las televisiones.
Sonreían como niños pequeños.
Me parecía increíble el valor que tuvieron al subirse al tren y empezar a cantar.
La valentía salía por cada uno de sus poros.

¿Qué hubiese pasado si el de seguridad los hubiese visto?
Los habría multado y echado del tren como si fuesen animales, cuando sólo estaban defendiéndose de la vida con algo que yo llamo arte.

2 comentarios:

  1. En Madrid por los menos, los de seguridad del metro no echan a los músicos que tocan bien, al contrario, conozco varios casos en que el segurata incluso ha comprado el disco o le ha llevado un refresco al que estaba tocando. Aunque supongo que a sus jefes ese tipo de cosas no les parecerá nada bien.

    El apoyo al arte y el arte mismo ha de desafiar cualquier prohibición.

    Salud.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por eso aprecio tanto este acto de valentía, por que hoy en día nadie se atreve a gritar qué es arte, ni a defenderlo con uñas y dientes.
      Esta clase de personas sí, están hechas de una pasta especial.

      Eliminar