Los traqueteos del tren movían mi cuerpo sin ningún reparo.
Estaba cansada. Llevaba todo el día andando y ni siquiera era medio día.
Apoyé la cabeza en el hombro de mi amigo y cerré los ojos durante un momento.
Unos acordes de guitarra empezaron a sonar.
Me espabilé.
No podía ser verdad.
Me levanté de mi asiento y me coloqué en el que estaba enfrente, para así poder asomar la cabeza por el pasillo del vagón y confirmar lo que yo pensaba que era mentira.
Dos hombres estaban delante de una de las entradas, armados con dos guitarras y cantando a plena voz las notas de una canción cualquiera.
Sabía que esa clase de artistas callejeros que se lanzaban a los trenes y a los autobuses para ganar unas monedas existían, pero siempre había creído que se quedaban en América, en la capital o tras las pantallas de las televisiones.
Sonreían como niños pequeños.
Me parecía increíble el valor que tuvieron al subirse al tren y empezar a cantar.
La valentía salía por cada uno de sus poros.
¿Qué hubiese pasado si el de seguridad los hubiese visto?
Los habría multado y echado del tren como si fuesen animales, cuando sólo estaban defendiéndose de la vida con algo que yo llamo arte.
En Madrid por los menos, los de seguridad del metro no echan a los músicos que tocan bien, al contrario, conozco varios casos en que el segurata incluso ha comprado el disco o le ha llevado un refresco al que estaba tocando. Aunque supongo que a sus jefes ese tipo de cosas no les parecerá nada bien.
ResponderEliminarEl apoyo al arte y el arte mismo ha de desafiar cualquier prohibición.
Salud.
Por eso aprecio tanto este acto de valentía, por que hoy en día nadie se atreve a gritar qué es arte, ni a defenderlo con uñas y dientes.
EliminarEsta clase de personas sí, están hechas de una pasta especial.